"Tengo secretos de Estado, pero me los llevaré al paraíso"


" Fue capaz de tratar con Dios y con el diablo, dándole a cada uno su sitio y sin perder jamás el suyo, que siempre fue el del poder. Giulio Andreotti, siete veces jefe del Gobierno de Italia y otras muchas titular de distintas carteras —desde la de Interior que ocupó en 1954 hasta la de Exteriores que dejó en 1989—, ha muerto hoy en Roma, a los 94 años de edad. Con él se marcha a la tumba una buena parte de la historia de la Democracia Cristiana, que es como decir la historia italiana desde la II Guerra Mundial hasta hoy. Político tenebroso, capaz de fulminar a amigos o enemigos con una frase, sus partidarios destacan de él su sentido de Estado, y sus enemigos, su exquisita falta de escrúpulos. Mantuvo excelentes relaciones con el Vaticano, con Estados Unidos y con la extinta Unión Soviética, pero también con la logia masónica P2 y durante un tiempo —así lo estableció el Tribunal Supremo— con la Cosa Nostra. Aun habiendo vivido para contarla, su verdadera historia aún está por escribirse.

Era desde 1991 senador vitalicio, pero ya hacía tiempo que no aparecía por la vida pública. Su cuerpo, de por sí pequeño y encorvado, se había ido encerrando sobre sí mismo, como un acto reflejo para proteger los secretos inconfesables que juró llevarse consigo. La pasada primavera pasó un par de semanas en el hospital aquejado de una crisis cardiaca y, desde entonces, cuando sus amigos le preguntaban qué tal estaba, respondía: “Sobrevivo”.


Y era verdad. Giulio Andreotti fue siempre, sobre todo, un superviviente. Había sobrevivido a una guerra mundial, a siete papas, a la monarquía, al fascismo, a la Primera República y casi a la Segunda, que ya está sentenciada. También a dos procesos judiciales, uno por asociación con la mafia y otro por su presunta implicación en el asesinato del periodista Mino Pecorelli. No lograron alcanzarlo, pero sí dejarlo en evidencia. Del primero lo salvó la prescripción del delito, pero el Tribunal Supremo consideró probado que el tantas veces primer ministro mantuvo una “auténtica, estable y amigable” relación con la Cosa Nostra “hasta la primavera de 1980”. Por el asesinato de Pecorelli —un periodista muy crítico con su Gobierno hallado muerto en 1979— llegó a ser condenado a 24 años en segunda instancia, pero absuelto finalmente. “Cuando me acuerdo del juicio”, dijo en su última entrevista con La Repubblica, “siento una rabia incontrolable. Estar bajo tiro por cosas que has hecho, pase. Pero así no. Usaron los procesos para dejarme fuera de juego políticamente”.

Nacido en Roma el 14 de enero de 1919, se quedó huérfano de padre a los dos años. Se inició muy joven en la política, nada más y nada menos que a la sombra de Alcide De Gasperi, jefe del Gobierno de Italia, fundador de la Democracia Cristiana (DC) y uno de los considerados “padres de Europa” junto a Konrad Adenauer, Robert Schuman y Jean Monnet. Decía el periodista Indro Montanelli que cuando el primer ministro y su joven ayudante iban juntos a misa, “De Gasperi hablaba con Dios y Andreotti, con el cura”. A los 28 años ya era subsecretario de la presidencia del Gobierno y ocupó cargos de importancia en todos los ejecutivos de la Primera República. Además de siete veces jefe del Gobierno, fue ocho veces ministro de Defensa y cinco de Exteriores, y también ocupó las carteras de Interior, Finanzas, Hacienda, Industria o Presupuestos.

Desde 1991 era senador vitalicio, pero sin duda lo que más interés otorga al personaje no es lo que se sabe de él, sino lo que se intuye. Se puede aplicar a Andreotti aquel aforismo suyo que advierte: “Pensar mal es un pecado, pero a menudo se acierta”. Y de Il Divo —qué gran retrato hecho película por Paolo Sorrentino en 2008— o Belcebú se pensó mal muy a menudo. La historia confirmará si acertadamente o no, pero entre las brumas de su mala fama queda su actuación durante el secuestro y asesinato de Aldo Moro, atribuido a las Brigadas Rojas. Andreotti se negó a cualquier tipo de negociación para salvar a Moro, quien le había achacado con anterioridad su falta “de bondad, de sabiduría, de flexibilidad, de limpieza…”. A la sospecha relacionada con el asesinato de Moro se añaden sus vínculos con el banquero siciliano Michele Sindona y el Banco del Vaticano, o aquel beso de complicidad que según varios arrepentidos cruzó con Totò Riina, el capo dei capi —el jefe de jefes— de la Cosa Nostra.

Andreotti se lleva, tal vez para siempre, los secretos y los misterios de la Primera República, aquella que terminó con Bettino Craxi —primero su enemigo y luego su aliado— huyendo a Túnez para no ser encarcelado en el proceso Manos Limpias. En una de sus últimas entrevistas, realizada por La Repubblica y reproducida por EL PAÍS, admitió: “Conozco algunos secretos de Estado, pero me los llevaré al paraíso. No haré jamás un libro o una entrevista sobre ciertos episodios. No pertenezco a la categoría del folclore político”. Cuando el periodista le preguntó con ironía si también Belcebú —uno de los apodos preferidos por sus enemigos— alcanzaría el paraíso, Andreotti aceptó el envite y respondió sin inmutarse: “Pienso realmente que sí. Pero por la bondad de Dios, no porque me lo merezca yo”.

A pesar de que le gustaba camuflarse en un falso perfil bajo, a veces se le escapaba que, de no haberse retirado, los italianos todavía lo seguirían votando. Su retrato corresponde al de un político cínico y maquiavélico, aspectos que, según apuntan quienes le conocieron, le gustaba cultivar. También era aficionado a los aforismos, y a través de ellos se puede calcular el peligro de su daga  “El poder desgasta solo a quien no lo tiene”. “Menos las guerras púnicas, me han atribuido realmente de todo”. “Si hubiese nacido en un campo de refugiados del Líbano, tal vez también yo me hubiese convertido en un terrorista”. “La humildad es una virtud preciosa, pero no cuando se ejercita en la declaración de la renta”. “Hay dos tipos de locos: los que se creen Napoleón y aquellos que se creen capaces de sanear la red de ferrocarriles del Estado”. “Mis amigos que hacían deporte murieron hace tiempo”.

Cualquiera de ellos serviría como epitafio si no fuese porque a Andreotti no le gustaban. En una entrevista le preguntaron: “¿Qué querría que escribieran sobre su tumba?” Y él respondió: “Fecha de nacimiento. Fecha de muerte. Y punto. Los epitafios son todos iguales. Al leerlos, uno se pregunta: si son todos buenos, ¿dónde está el cementerio de los malos?”

Las exequias se realizan hoy martes por la tarde en la intimidad familiar. No habrá ni funeral de Estado ni capilla ardiente."

textual de el pais

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